La relación entre música y arquitectura ha sido un tema
recurrente, ya sea comparando la proporción visual con la armonía sonora o
citando, una vez más, aquella frase de Schopenhauer que define a la
arquitectura como música congelada. También están las reflexiones sobre la
condición ambiental de ambas artes, que nos envuelven por completo, ya en
filósofos como Eugenio Trías, especialmente en su Lógica del límite, o en
arquitectos-músicos como Iannis Xenakis o Daniel Libeskind. Y, por otro lado,
la idea de la música como un fenómeno también espacial, por ejemplo en Cage.
Pero el diseño y la construcción de un espacio destinado
específicamente a la música es sin duda un momento – o un lugar – privilegiado
de dicha relación. Desde el teatro que Wagner diseña en Bayreuth a partir de un
proyecto no realizado de Gottfried Semper, construido como un relicario
acústico y visual para sus propias óperas, hasta la nueva Filarmónica de
Hamburgo, a concluirse en el 2012, de los suizos Herzog y de Meuron y cuyo
interior ha sido “diseñado” por el sonido mismo, buscando lograr las mejores
condiciones acústicas posibles y sin ninguna voluntad de estilo, pasando por la
de Berlín, uno de los mayores ejemplos de lo que se califica como expresionismo
arquitectónico, diseñada a finales de los años 50 por Hans Scharoun, las salas
de conciertos y teatros de ópera despliegan de bulto, buena parte de
aquellas reflexiones teóricas mencionadas más arriba.
Pero tras estar sentado a una mesa junto con especialistas
que definen medidas, superficies, volúmenes y formas de acuerdo a precisas
características de reverberación y energía acústicas, señalando de tiempo en
tiempo algún rincón en el plano donde la solución, liberada de requerimientos
técnicos, puede ser arquitectónica, los ejemplos anteriores me resultan
aún más admirables. También otros como la Casa de la Música de Oporto, terminada
en el 2001 y diseñada por Rem Koolhaas, y de la que Nicolai Ouroussoff, crítico
de arquitectura del New York Times, asegura es la mejor obra construida por el
famoso holandés errante, comparándola con el extravagante y, a mi parecer,
excesivo Disney Concert Hall, en Los Ángeles, de Frank Gehry, proyectado desde
finales de los años 80 pero inaugurado en el 2003 – aunque dicen que los
problemas causados por refracción lumínica de la fachada de titanio se olvidan
gracias a la excelente acústica del interior.